Que María Corina Machado sea el Premio Nobel de la Paz no es una anécdota ni un simple despropósito mediático. Es una provocación criminal y fascista contra un pueblo noble, digno y valiente: el pueblo de Venezuela.
La sola idea de premiar con el máximo reconocimiento a la paz a quien ha alentado la violencia callejera, ha pedido sanciones económicas contra su propio país y ha abogado abiertamente por la intervención extranjera, revela hasta qué punto el poder mediático y político internacional está dispuesto a retorcer la verdad para imponer su relato.
María Corina Machado no representa la democracia ni la paz. Representa el odio de clase, el desprecio a los pobres, la entrega de la soberanía nacional al imperialismo estadounidense y la perpetuación de un modelo elitista y excluyente. Fue cómplice activa de los intentos de golpe de Estado, de las “guarimbas” que dejaron muertos y caos en las calles, y del bloqueo económico que tanto sufrimiento ha causado al pueblo venezolano.
El pueblo venezolano no ha olvidado las sanciones que impiden o dificultan comprar material médico, insumos, alimentos… Todo eso no fue obra de un desastre natural ni de una mala gestión: fue el resultado de una estrategia planificada por quienes, como Machado, prefirieron ver a su país arrodillado antes que aceptar el rumbo soberano que el pueblo decidió.
Premiar eso con el Nobel de la Paz es una afrenta al sentido común, a la memoria de las víctimas y al espíritu mismo del premio. Sería como si se premiara con el Nobel de Literatura a la censura o con el Nobel de Medicina al virus.
El bravo pueblo venezolano, el que canta en su himno “abajo cadenas”, ha resistido con dignidad una agresión económica, mediática y diplomática sin precedentes. Ha defendido su independencia, su derecho a decidir su camino y su compromiso con una sociedad más justa. Esa es la verdadera paz: la que se construye con soberanía, igualdad y justicia social, no con servilismo y violencia.
Los pueblos del mundo tenemos el deber de denunciar estas operaciones de manipulación y de reafirmar nuestra solidaridad con Venezuela. No se trata solo de un país; se trata de la dignidad de todos los pueblos que se niegan a ser colonias del capital y del imperio.
El intento de presentar a Machado como “mujer de paz” no es ingenuo: forma parte de la guerra simbólica y cultural contra los procesos emancipadores de América Latina. Buscan blanquear a la derecha más reaccionaria y criminalizar a los gobiernos que defienden la soberanía nacional. Es el mismo guion que ya hemos visto en Cuba, en Nicaragua o en Bolivia.
Frente a esa ofensiva, toca levantar la voz. Defender la verdad. Recordar que la paz no se construye con sanciones ni con intervenciones, sino con respeto a la autodeterminación de los pueblos y con justicia social.
Por eso, otorgar a María Corina Machado el Nobel de la Paz no es solo un error: es un insulto a la memoria de los pueblos que luchan por la libertad. Es una provocación a la historia y a la conciencia de quienes saben que la paz no se mendiga, se conquista con dignidad.
Venezuela no necesita premios falsos, necesita respeto. Y el mundo necesita recordar que la verdadera paz es revolucionaria o no será.