El próximo 25 de mayo, el pueblo venezolano acudirá nuevamente a las urnas para elegir a sus representantes en el Parlamento Nacional, los Parlamentos Regionales y las Gobernaciones. Se trata de una cita democrática de gran relevancia, tanto para el país como para el conjunto de América Latina, que vuelve a poner sobre la mesa una cuestión clave en la política internacional contemporánea: el respeto a la soberanía de los pueblos frente a las injerencias externas y los intentos de deslegitimar procesos que no se ajustan a los intereses de las potencias occidentales.
He tenido el honor de recibir una invitación oficial para participar como acompañante internacional en esta jornada electoral. Esta invitación no es solo un gesto protocolario; es, sobre todo, una oportunidad para conocer de cerca un proceso profundamente importante para la vida democrática de Venezuela. Y es, al mismo tiempo, un acto de solidaridad y compromiso político con un pueblo que ha sido víctima de una de las campañas de hostigamiento internacional más feroces de las últimas décadas.
Desde el año 1999, con la llegada de la Revolución Bolivariana, Venezuela ha emprendido un camino soberano y popular que ha puesto en el centro los derechos sociales, la participación ciudadana y la redistribución de la riqueza. Ese camino no ha estado exento de dificultades, pero ha sido, sin duda, un proceso de empoderamiento popular sin precedentes en la región. Frente a ese avance, los sectores más reaccionarios, tanto internos como externos, han respondido con intentos de golpes de Estado, sanciones económicas, campañas de desinformación y aislamiento diplomático.
Y sin embargo, a pesar de todo ello, el pueblo venezolano ha resistido. No solo ha resistido, sino que ha continuado votando (¡34 elecciones en los últimos 26 años!), eligiendo, organizándose y defendiendo sus conquistas. Porque en Venezuela, votar no es un mero trámite burocrático: es un ejercicio de soberanía, de dignidad, de rebeldía frente a quienes quisieran imponer un modelo político y económico ajeno a su historia y a sus aspiraciones.
Es importante subrayar que estas elecciones del 25 de mayo se celebran con plenas garantías constitucionales y bajo un sistema electoral ampliamente reconocido por su nivel técnico y de transparencia. De hecho, organismos internacionales, académicos y expertos han destacado en numerosas ocasiones la robustez del sistema automatizado de votación venezolano, que incluye auditorías en todas las fases del proceso, tanto antes como después de la jornada electoral. Esto contrasta radicalmente con las acusaciones sin pruebas vertidas desde algunos gobiernos y medios de comunicación que, en lugar de informar con rigor, optan por alimentar un relato preconcebido.
El programa de acompañamiento internacional al que he sido invitado contempla visitas a centros de votación en diferentes regiones del país, encuentros con representantes del Consejo Nacional Electoral (CNE), con actores políticos y sociales, y con diversos colectivos ciudadanos. Se trata de una experiencia que permite observar el proceso de manera directa, sin intermediarios, con los ojos y los oídos bien abiertos, y sin prejuicios. Porque solo desde el contacto con la realidad concreta se puede entender la complejidad y la riqueza del proceso venezolano.
Esta presencia internacional no pretende interferir ni fiscalizar. Al contrario, busca acompañar y respaldar el derecho de un pueblo a decidir su destino. Se trata de un gesto de respeto, de solidaridad y de compromiso con los principios del derecho internacional, que reconoce la autodeterminación de los pueblos como un pilar fundamental de la convivencia entre naciones.
Desde Izquierda Unida y el Partido Comunista de España siempre hemos mantenido una posición firme y coherente en defensa de la Revolución Bolivariana y de los procesos de transformación social en América Latina. Lo hemos hecho frente a los intentos de desestabilización, frente a los bloqueos y las sanciones, y frente a las campañas de criminalización que han pretendido construir una imagen distorsionada de la realidad venezolana. Lo hemos hecho porque creemos que la solidaridad internacionalista no es un mero eslogan, sino una práctica concreta que se expresa en momentos como este.
Como militante de la izquierda transformadora, considero imprescindible que sigamos tejiendo lazos de apoyo mutuo entre los pueblos. Y ese apoyo se traduce también en estar presentes, en acompañar, en dar testimonio de lo que allí ocurre, en romper el cerco informativo que impide a buena parte de la ciudadanía europea conocer la verdad de lo que sucede en Venezuela.
Es especialmente significativo que estas elecciones se celebren en un contexto donde la derecha internacional ha redoblado su ofensiva contra los gobiernos progresistas de América Latina. Hemos visto intentos de judicialización de la política, campañas de odio, persecuciones mediáticas y lawfare contra dirigentes populares. Y hemos visto también cómo se utiliza la excusa de la “defensa de la democracia” para justificar injerencias que buscan en realidad reconfigurar el mapa político regional al servicio de los intereses del capital transnacional.
Frente a todo ello, Venezuela vuelve a decir “aquí estamos”, con sus contradicciones, con sus retos, pero también con una firme voluntad de seguir construyendo un proyecto propio. Un proyecto que apuesta por la soberanía alimentaria, por la participación comunitaria, por la justicia social, por el acceso universal a la educación y a la sanidad, por la cultura como herramienta de emancipación, y por la paz como principio irrenunciable.
No se trata de idealizar ni de negar los problemas. Ser internacionalista no significa cerrar los ojos ante los errores o las dificultades. Significa, eso sí, situarse del lado de los pueblos y no del lado de quienes quieren imponer su voluntad a golpe de sanciones y bloqueos. Significa reivindicar la política como herramienta de transformación, y no como instrumento de sumisión.
La experiencia venezolana nos interpela también desde nuestra propia realidad. En Europa, y en el Estado español en particular, asistimos a un proceso de vaciamiento democrático donde las decisiones fundamentales se toman cada vez más lejos de la ciudadanía. La participación popular se ve reducida a procesos electorales cada vez más desmovilizadores, mientras se recortan derechos y libertades en nombre de la “estabilidad” o de los “mercados”. En ese contexto, mirar a Venezuela puede ser también un ejercicio de reflexión sobre nuestras propias luchas.
En definitiva, acudir a Venezuela como acompañante internacional no es solo una muestra de respeto institucional; es un acto político cargado de significado. Es decirle al mundo que hay quienes seguimos apostando por la solidaridad entre pueblos, por el respeto mutuo, por la democracia como proceso vivo y colectivo, y por un futuro donde la justicia social no sea un privilegio, sino un derecho para todos y todas.
Venezuela vota. Y con cada voto, reafirma su soberanía. Nosotros estaremos allí, no solo para observar, sino también para aprender, para compartir y para sumar fuerzas en la construcción de un mundo multipolar, justo y solidario.