Eurovisión es, sobre el papel, un festival de música y un escaparate de diversidad cultural y unidad entre los pueblos. Sin embargo, como todo evento de carácter internacional, no está exento de implicaciones políticas. La reciente noticia de que RTVE podría solicitar la expulsión de Israel del certamen pone sobre la mesa un debate fundamental: ¿debe permitirse la participación de un Estado que está cometiendo un genocidio contra el pueblo palestino?
La respuesta es clara y categórica: no. La gravedad de la situación en Palestina exige que todas las instituciones, incluidas las culturales y mediáticas, adopten una postura firme contra la impunidad de Israel. La masacre indiscriminada de civiles, la destrucción sistemática de infraestructuras esenciales, el bloqueo a la ayuda humanitaria y el uso de la guerra como herramienta de ocupación y exterminio no pueden ser tratados con indiferencia.
Eurovisión no es un espacio apolítico. Prueba de ello es la expulsión de Rusia tras el conflicto de Ucrania en 2022, una decisión que se justificó bajo el argumento de que la presencia de un país agresor era incompatible con los valores del festival. Si esa medida se tomó con Moscú, ¿por qué no se aplica el mismo criterio con Israel? La diferencia de trato es una muestra clara del doble rasero con el que se aplican sanciones y condenas internacionales, favoreciendo a aliados estratégicos de Occidente mientras se condena a otros.
La televisión pública israelí, KAN, no es un ente neutral. Forma parte de la maquinaria de propaganda de un Estado que utiliza eventos como Eurovisión para blanquear sus crímenes y proyectar una imagen de normalidad ante la comunidad internacional. Permitir que Israel siga participando en este certamen es concederle una plataforma para lavar su imagen, mientras en Gaza y Cisjordania miles de personas han sido asesinadas con impunidad.
La respuesta de la ciudadanía también es clara. En ediciones anteriores, hemos visto cómo artistas y espectadores han exigido la exclusión de Israel, e incluso ha habido llamamientos al boicot por parte de participantes. La presión internacional es un arma poderosa, y en el caso de Israel debe utilizarse para poner límites a su impunidad. La música es un lenguaje universal, pero no puede ser utilizada para silenciar la opresión y el sufrimiento de un pueblo.
RTVE tiene la oportunidad de estar en el lado correcto de la historia. La expulsión de Israel de Eurovisión sería un gesto simbólico pero de enorme impacto, que enviaría un mensaje contundente: no se puede premiar con una plataforma internacional a quienes violan de manera sistemática el derecho internacional y los derechos humanos.
Es el momento de actuar. No puede haber normalización del genocidio. No puede haber Eurovisión con Israel.